Estamos ya en el V domingo de Cuaresma. Podríamos decir que se trata del último domingo de este hermoso tiempo porque, la pura verdad, el próximo domingo, aunque lo podríamos llamar el VI de Cuaresma, en realidad será Domingo de Ramos en la Pasión del Señor y estaremos ya en Semana Santa.
El ciclo “B” ha hecho énfasis en la brillante figura de Jesucristo y la esencia misma de su oficio, ser redentor de la humanidad. Después de los domingos de Tentaciones y Transfiguración, lo contemplamos purificando el templo. Luego proclamó la esencia misma del amor de Dios, presentándolo como el amor puro, capaz de entregar a su propio y único Hijo para el rescate de la humanidad. En este domingo anticipan su muerte y declara que sólo en la muerte hay posibilidades de que la semilla dé fruto.
El Evangelio es un segmento del capítulo 12 de San Juan. Hay un acontecimiento singular: algunos extranjeros, quizá judíos, pero de origen griego, piden entrar en contacto con Jesús, lo que significa una ampliación de las fronteras del mensaje de Jesús de Nazaret. Esto pareciera el banderazo y la señal, la clave para que Jesús vea llegado el momento de su partida. Es curioso que sean dos apóstoles con nombre griego, Andrés y Felipe, quienes le piden la posibilidad de que esos griegos lo conozcan.
No sabemos que hizo Jesús. Lo que sí consigna Juan es que Jesús declara llegada su hora, que será glorificado, anunciando para sí mismo esa meta ineludible, la de ser grano de trigo que caen en la tierra. Pero anuncia que, además, debe morir, para que pueda dar fruto. De la misma manera nos pide desapegarnos de la vida terrena si queremos alcanzar la Vida eterna. Asimismo nos propone servirle, poniéndonos al servicio de la humanidad, para que podamos estar con él en el último día. Es algo misterioso que Jesús anticipe su oración del Huerto en este momento, porque casi plantea la posibilidad de pedir al Padre que le separe del cáliz.
Aunque de inmediato cae en la cuenta de que beber del cáliz es la misión a la cual el Padre lo envió. De allí Jesús va a concluir y declarar que asumir la voluntad de Dios, la voluntad de su Padre celestial, es dar gloria a Dios. Con eso nos enseña que esa obediencia y ese glorificarlo complace a Dios. Tras esa declaración se escucha la respuesta de Dios, similar a la del bautismo y a la de transfiguración: “lo he glorificado y lo glorificaré”. Dios no sólo se goza en Jesús que cumple su tarea, sino que promete levantarlo de la muerte y entregarle la gloria que le pertenece.
La primera lectura habla de la abundancia de presencia de Dios que traerán los días del Mesías, porque la alianza que establecerá Dios en este momento estará desbordada de la presencia de Dios y de su amor por la humanidad. Por su parte, la segunda lectura, de la carta a los hebreos, asegura que la vida de Jesús en la tierra fue en realidad un aprendizaje constante en la que pudo poner en práctica la palabra de Dios y asumir la tarea que le había sido propuesta.
La carta asegura que el mismo Jesús, a pesar de ser Dios, aprendió por medio de los sufrimientos lo que significa obedecer. La obediencia a Dios es planteada en este pasaje como la meta más preciosa que un ser humano debiera perseguir. Esa obediencia se sustenta en la fe, en la confianza en Dios. Es aceptar lo que Dios disponga con paz y alegría. Así alcanzó Cristo la perfección. Así nosotros mismos alcanzaríamos esa misma perfección, la que logró Cristo, y podríamos adherirnos a él eternamente.