La semana pasada hablábamos sobre la vocación cristiana, se nos hacía un llamado a un encuentro personal con Cristo y a definir nuestra condición de profetas. No es posible comprender esto sin darnos cuenta de que Jesucristo mismo paso su propio proceso. En el Evangelio vemos como, después del arresto de Juan Bautista, Jesús se desplaza al norte, a Galilea a proclamar allí la Buena Noticia de Dios, es decir, el Evangelio. Sepamos que la Buena Noticia es precisamente el amor con que Dios nos ama, debemos conocer por fin la verdadera intención de nuestro Dios que no quiere destruirnos ni desecharnos sino precisamente rescatarnos de nuestra auto aniquilación y muerte. El otro elemento que Cristo nos muestra durante este, su tiempo en la tierra, es el rostro amoroso del Padre Celestial, un rostro que muchas veces ignoramos y hasta rechazamos, porque pretendemos que Dios nos odie, nos castigue y nos haga la vida imposible. Nada de esto es cierto, porque Dios sólo sabe amarnos ya que nos creó para él.
Por eso, para que podamos conocer y asimilar profundamente este misterio del amor de Dios, nos proponen el contenido de la predicación de Jesús de Nazaret. Es algo breve y más bien simple, que coincide con la predicación de Juan Bautista: “Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. La conversión no es simplemente arrepentirnos de nuestros pecados sino más bien, como bien sabemos, hacerlo y cambiar el derrotero de nuestra vida para que cada día seamos menos pecadores, menos reincidentes en nuestros errores. Y hay otro elemento que me gustaría destacar y es la frase primera de Jesús: “el tiempo se ha cumplido”. Con esta frase, el mesías está anunciando quienes lo escuchan, que todo aquello que Dios había prometido empieza ahora a tener sentido, porque ya se acabó la espera, porque ya empieza a ponerse en funcionamiento el mecanismo que Dios había planeado y que se realiza por medio del Hijo, que no es otro sino Jesucristo, palabra de Dios hecha carne.
Lo siguiente que hace Jesús es precisamente convocar a quienes serán los primeros discípulos. Por su orden Simón, a quien llamará Pedro y su hermano Andrés; Santiago, el hijo de Zebedeo, y su hermano Juan. La palabra con la que los convoca es una sola: “Síganme”, completado con la idea de la nueva connotación de lo que ellos tienen como oficio, la actividad que ellos han mantenido hasta ahora, es decir la pesca. Jesús les dice: “yo los haré pescadores de hombres”. Importante destacar la reacción de los convocados que, de inmediato abandonan lo que estaban haciendo y siguen a Jesús.
La primera lectura de este domingo nos recuerda la llamada a Jonás quien, a pesar de haberlo rechazado antes y de haber huido en una primera instancia, acoge ahora la tarea y va a hacer, aunque mediocremente, lo que se le había pedido. Predica solo un día lo que debió hacer en tres y propone, a medias, el mensaje comisionado. No obstante, su mediocridad, la palabra de Dios, viva y eficaz, logra su cometido y el pueblo, junto con su rey, se convierte de su mala conducta y Dios olvida su amenaza de castigo.
La segunda lectura es prácticamente una sola frase: “queda poco tiempo”. Nos llama es a vivir nuestra vida, con todos sus pormenores, pero consagrándonos a cada instante en cumplir la voluntad de Dios.