Resultaba a todas luces importante que el que había nacido en la humildad de un pesebre, en el anonimato de la pobreza, en un pobre establo, fuera reconocido como Salvador universal. San Mateo asume esta narración y nos sorprende por cuanto, a sabiendas de que el núcleo fundamental de su texto era precisamente probar a los hebreos que Jesús es el mesías, también es su tarea, aunque no todos la comprendamos, que sea él quien anuncie desde ahora que, como dijeron los profetas, las puertas del cielo han sido abiertas a todos. De esto se trata el texto que leemos hoy, esta fiesta que celebramos en domingo. Aclaremos que Epifanía y los Reyes Magos es lo mismo. Es la fiesta de la manifestación de Cristo como redentor universal. El problema es que la gente sigue pensando que, si a los Magos se los celebra en España y otros países el 6 de enero, en realidad no entienden eso de la Epifanía. Es claro que la Iglesia nunca explica bien las cosas. No les hemos sabido convencer de que, si se trasladó la fiesta a domingo entre el 5 y el 12 de enero, fue precisamente para que todos pudiéramos celebrarla juntos en domingo. Pero continúa el equívoco inmenso porque la gente no logra hacer distinciones. Se podría regresar la fiesta al 6 de enero, pero no sé si eso podría servir de algo.
En todo caso hoy celebramos a Cristo, y lo digo por segunda o tercera vez, como redentor de la humanidad. Sabemos que en Cristo ya no hay extranjeros, porque todos podríamos ser hijos de Dios si asumimos el proyecto que Cristo desarrollo. El centro de todo es un texto del Evangelio que nunca nos habla de reyes, mucho menos de tres. Pero como la primera lectura menciona que vendrían reyes de todas las regiones de la tierra cargados de tesoros desde zonas tan lejanas como España, Etiopía y Arabia, y porque se dice que traen incienso y oro, a lo que agregamos datos del salmo 71 que esos reyes serían los que rindan homenaje al rey nacido, por cuanto es un rey que viene en justicia, paz y tranquilidad universal, lo lógico es que esos reyes que vienen de Tarsis, Arabia y Sabá, sean nuestros magos del oriente. Muy pronto la muy humilde narración de San Mateo sería releída por los fieles con nuevos parámetros, sobre todo si aquellos magos traían oro, incienso y mirra, eso reforzaría la idea de que se trata de tres personajes. Si esos personajes, de los que el Evangelio no menciona su número ni de dónde vienen, ni su oficio, les reconoce, sí, su condición de magos, es decir, científicos de los astros y la astronomía, si el texto sagrado habla de ciertos regalos, muy pronto la Iglesia entera estaría reconociendo que estos magos serían además reyes, que vendrían en número de tres y se permitiría que, en su representación artística estuvieran vestidos con la mayor elegancia y vendrían cabalgando en animales propios de sus regiones. Si es España, el África y Arabia, pues ¿qué otra cosa sino caballos, elefantes y camellos?
El paso de los magos por Jerusalén provoca un conflicto en la mentalidad mezquina y envidiosa del rey Herodes quien manda a llamar a los pensadores hebreos, a pesar de su enorme enemistad con ellos. Quiere preguntarles datos sobre el mesías: “Belén de Judea será su cuna”, de la respuesta de los expertos. Los magos son despedidos con ciertas recomendaciones y la estrella los vuelve a guiar hasta ponerlos frente a la casa en que viven María y José y el niño. Impresiona muchísimo el gesto de aquellos hombres que, a pesar de no saber del Dios de los hebreos, al encontrarse con aquel niño en brazos de su madre, no pueden sino postrarse delante de él y adorarlo, rendirle homenaje. Lo digo una vez más y sin mayor preocupación, lo reconocen como su redentor universal.